Una mujer que conocí, tiempo atrás, bastante pobre y con una sensibilidad exquisita, tiene un relicario. De esos que se abren para contener algo; como una cajita colgada al cuello. Cuando me lo mostró por primera vez, pensé que era demasiado delicado, elaborado, para estar ahí, en una casa tan pobre.
Me contó...
Que era de su abuela -materna, creo- que escapó de la Segunda Guerra. Eran gente de dinero y perdieron todo huyendo de los nazis. El relicario era como un memorial: cuando tenían, les recordaba que podían no tener, cuando estaban más pobres, los ligaba a su origen. Todo podía pasar, cambiar, variar...
En las buenas, los mantenía humildes; en las malas, esperanzados.
Qué bueno tener algo así.
7 de abril de 2011
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