Lo que me sucede, me parece, es que seguimos creyendo -o sigo creyendo, cada quien leerá en singular o plural- que el dolor propio, físico, existencial, interior, o la forma en que lo enfrentamos, son los únicos válidos. Siento que les pedimos a los demás que validen su dolor para que les creamos.
Eso sin contar a quienes necesitan siempre ser los más sufridores o dolidos.
Como si dolerse fuera privativo de unos. O como si desconfiáramos del dolor de otros.
Estarnos vulnerables, dolientes o solidarios.
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