De alguna manera tenemos que acostumbrarnos a que las consecuencias de las opciones que tomamos
pueden escaparnos.
La mayor parte de las veces, creo, no somos del todo conscientes del abanico que se abre al elegir o no elegir algo. Y no siempre las consecuencias dependen de nosotros, como para reasegurarnos que no podemos controlar todo.
Dejo pasar un colectivo que viene muy lleno y tomo el siguiente. Esos minutos de más evitan -la tragedia es buena manera de entenderlo- que nos veamos envueltos en un accidente. Gritamos aleluya, egoístas momentáneos, al ver de la que nos salvamos.
No sabemos que, en el colectivo accidentado, viajaba otro que dejó pasar el anterior y para quien las consecuencias fueron opuestas y en lugar de aleluya, grita, no más.
Para bien o mal, las variantes son infinitas.
Y uno que se cree mil...
29 de agosto de 2013
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