Ahí Mariana, la mujer que nos guiaba, nos recordó que probablemente ahí se rindiera culto a la Pacha Mama: estábamos en su seno, en el vientre uterino de la Madre Tierra. Nos invitó a sentarnos y apagar las velas y linternas. La oscuridad era tal que no había diferencia en tener los ojos cerrados o abiertos. Silencio que atravesaban, apenas, las respiraciones de los que estábamos, o alguna piedra que se acomodaba bajo nuestros pies.
Me salía pensar: si hubiera estado solo habría entrado en pánico. Demasiada oscuridad.
Saberme con otros hizo que la oscuridad fuese menos pesada.
Saberme con otros hizo que la oscuridad fuese menos pesada.
Como en la misma vida: otros/as que se hacen compañeros/as y nos acompañan en las noches...
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