No es seguro que seamos amados, dónde nos criaremos, qué religión tendremos si es que tenemos alguna, qué pareja elegiremos, cuánto pesaremos. Nada es certero. Pero de morir en algún momento, no nos salva nadie.
Hacemos mil malabares para escapar de la muerte, que siempre termina ganando. Desde no nombrarla, con cierto miedo mágico y atávico a convocarla, pasando por esconderla mirando a otro lado, demorarla en agonías eternas o maquillarla en cementerios parques.
He tenido muertes cercanas, duelo con ellas. El recuerdo de amigos y amigas muertos me sigue acongojando. Mi fe cristiana me afirma en la certeza de la Vida en Dios, continuación/transformación/plenitud de este comienzo vital.
Sin embargo, creo que hay que reconciliarnos con esa instancia vital que es la muerte. Con esa instancia mortal que es la vida. Como para desdramatizarnos, tomarnos en serio, reírnos en serio.
Y tener menos miedo.