Vuelvo a encontrarme cara a cara con la vejez y sus estragos.
Fui a visitar a un profesor de historia que tuve en la facu. A sus 87 años está en un hogar de ancianos después de haber vivido toda una vida soltero con mucha libertad. Alzheimer.
Se alegró de verme y me invitó a su 'despacho', una habitación acondicionada con un escritorio, sillas, algunos de sus libros... Charlamos y cada 10 minutos, más o menos, la charla volvia a foja cero. Me preguntaba dónde estaba viviendo yo, me contaba cómo es que él ahora vivía ahí, me decía que estaba contento.
-¿Viste? Ahora hasta tartamudeo un poco.
-Mejor, mejor... antes hablaba tan rápido que era difícil seguirlo.
Le dejé un libro de historia, Las seis mujeres de Enrique VIII y unas pastillas de miel y limón. Le anoté mi teléfono, por si algún día quiere llamar y venir a comer.
No sé si, después de despedirme, recordará que estuve.
El libro, las pastillas, el teléfono, son como anclas de la memoria. La de ambos.
21 de febrero de 2013
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