Tuve que ir a Caballito, barrio porteño. Después de una peripecia en varios colectivos para ir, a la vuelta decidí parar y pasar por el santuario de San Cayetano, en Liniers. En Argentina, a este santo se le tiene mucha devoción y se le pide por el trabajo y el pan. No soy devoto ni piadoso, pero ya que ando cerca...
El santuario de Liniers está en una zona ruidosa, popular, transitada, sucia, que violenta los sentidos.
Hace calor: por las caras y las tonadas, en la calle se adivinan muchos inmigrantes que se apuran para tomar alguno de los cientos de colectivos que pasan por la zona. Olores. A comida, a fritura, a pis, a basura. Bocinazos y músicas a todo volumen. Colores en un negocio de ropa para cultos africanistas. Pegoteo de 27 grados. Gente pidiendo. Tirada.
En el templo suena música gregoriana, creo. Hay silencio. Está más fresco. Unas cuarenta personas descansan, rezan, caminan, tocan las imágenes; se detienen frente al "dueño de casa", Cayetano. Miro al santo, miro a la gente, rezo un poco por los muchos míos, por estos que veo. Algo sagrado se percibe en el ambiente. Salgo.
Un remanso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario