El sábado un amigo festejaba su cumpleaños. Nos invitaron, él y su novio, a compartir algo en su casa. Fue momento de reencontrarme con personas que hace rato no veía. Gracias a que estaban los sobrinos del cumpleañero, el promedio de edad descendía de los cuarentipico a los veintialgo. Pobre consuelo, claro.
Fue momento de ver cómo hemos madurado, crecido. Algunos mostraban fotos de sus niños -sí, eso que nos parecía decadente-; otra contaba de los encuentros de catequesis que está haciendo con uno de sus hijos; otros recordábamos cuestiones de décadas ¡horror! atrás.
Si años atrás nos hubiesen dicho que una pareja de varones nos iba a congregar y que no íbamos a tener problemas, no lo hubiéramos creído. Tan fundamentalistas y puros éramos.
Qué bueno darnos cuenta. Lo celebro.
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