Mi padre me llevó al circo por primera vez cuando yo tenía cuatro años. Hacía frío. Circo de carpa, de los de antes.
Entre los enanos, los payasos y algún trapecista, había alguien disfrazado de Pantera Rosa. Disfraz sucio, descuidado.
Yo sabía que era alguien. Que estaba disfrazado. Y sabía que tenía frío.
La imagen de esa Pantera Rosa -que reconocía falsa, apócrifa- me acompañó varios días. Me daba lástima, pena. Pensaba, como se puede pensar a los cuatro años y pico, que la pobre persona que estaba adentro tendría hambre; no sé por qué, pero pensar en eso me hacía sufrir por el o la que estaba adentro del disfraz.
Ahora a la distancia puedo ponerle palabras: sentía que era poco digno que alguien tuviese que tener frío o hambre para que otros la pasaran bien.
2 de octubre de 2012
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