Unas semanas atrás, un viernes, tarde a la noche me llamaron preguntándome si podía dar una charla el domingo por la noche. El tema me interesaba, sabía que tenía resto, no me suponía un esfuerzo desmedido, dije que sí. En un poco más de media hora preparé un esquema de lo que iba a hacer. Lo fui puliendo de a ratos las 48 horas siguientes.
Llegado el momento de compartirlo donde me habían pedido, superado a medias el nerviosismo renovado de hablar en público, pudimos interactuar, compartir, cuestionar, pensar, sospechar, reconocer junto a los que formaban la audiencia. Una hora y media que pasó rapidísimo. Como corresponde cuando algo nos apasiona.
Volviendo a casa me acompañó la sensación de plenitud, tan extraña.
Una pena que -nos- sea tan extraña.
13 de octubre de 2012
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