El lunes anduve dando vueltas, cambiando un pantalón que me habían regalado, y me regalé ir al barrio chino. Quería comer algo rico y, de paso, comprar esas cosas medio raras que se consiguen ahí y que luego ayudan a mis inventos en la cocina.
Sabía que el más cool y limpio de los supermercados iba a estar cerrado, como todo lunes, por eso fui directo a otro, enorme, desprolijo, con muchos olores raros y fuertes. Como en el 90% de los negocios orientales, hay música de fondo. Salsas de soja y de ostras, shitakes deshidratados, leche de coco, un paquetito con "cosas" para sopa (distingo un par de hongos, canela, un chile y cosas que ni sé qué son), vinagre de arroz. Mientras investigo ideogramas, etiquetas, dibujitos, sigue la música de fondo...
Me detengo un poco frente a golosinas que me causan algo entre la intriga y el rechazo. Afino el oído. Me suena familiar... Ma. Elena Walsh.
¡Eso es globalización, canejo!.
10 de febrero de 2011
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