Me encanta reírme de lo absurdo, de lo dramático, de la desgracia propia y ajena. No siempre me sale de entrada, pero reconozco que gracias a la ironía y el humor he podido y aún puedo surfear la vida. No hay nada que hacerle, es mi modo de desdramatizar, poner distancia, respirar.
Cuando podemos reírnos me parece que nos ponemos en perspectiva, nos centramos. Si reímos de algo serio, pierde rigidez; si de algo que es gracioso, contagiamos esta gracia (nota mental y teológica: EL don que Dios nos hace es ¡gracia!).
Noto que las personas menos flexibles no saben reír/se: todo es serio, dramático, tremendo. No hay posibilidad para que entre el oxígeno renovado de la carcajada o la mueca burlona del chiste. O sí la hay: ante el dolor del que pertenece "al enemigo". Ahí ríen, y fuerte. Un espanto.
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1 comentario:
Me encanta reírme. Me gusta reírme de MI (o conmigo), algunos días me cuesta más que otros, pero trato de hacerlo porque siempre ayuda a aflojar la angustia y a ver todo no tan oscuro.
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