Una acción mínima, ínfima, tiene repercusiones impensadas.
El efecto dominó puede desencadenar algo terrible o sublime. Así como la violencia se contagia viralmente, se puede, espero, contagiar el encuentro, el diálogo, la paz. Digo, me cuesta, me sale fácil el violento que me habita, que responde. Pero dentro, tarde, temprano, en algún momento, siento que algo se achica, se apoca.
Veo la TV, leo el diario, escucho cómo le habla un padre a su hijo en la calle. Me encuentro con violencias magnificadas, espejadas, repetidas. Tengo que espigar entre tantas cosas, a veces, para encontrarme las bondades, como brasas entre cenizas.
Un fuego sagrado que no hay que extinguir.
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