Mil años atrás pasé dos semanas en el Cottolengo de Claypole. Un mundo aparte donde viven cientos de hombres y mujeres con diferentes discapacidades físicas, mentales o ambas. Algunos en el borde de lo
humano... Son asistidos por hermanos y hermanas de la congregación que fundó Luis Orione, más varios colaboradores: médicos/as, enfermeros/as, terapeutas, terapistas ocupacionales, cocineros/as.
Algunos de los internos están postrados, otros andan en sillas de ruedas, muchos, la mayoría camina. Hay alianzas entre algunos: uno puede caminar y "adopta" a otro que anda en silla de ruedas y lo pasea, llevándolo de un lado a otro. Uno que no ve, anda agarrado al cinturón de un hombre con síndrome de Down, su lazarillo. El que puede y quiere, ayuda con los demás. Claro que cada tanto estalla una reyerta a título de una nimiedad. Pasa. Se pasa.
Me acordaba de esto porque sentía que tengo/tenemos que seguir aprendiendo a trabajar, vivir, fomentar la posibilidad de ser-con-otros. Ser-gracias-a-otros. Ser-para-los-otros. Como podamos, como se pueda.
5 de mayo de 2014
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