Era más joven, claro, la incomodidad no me parecía tal, las comidas hechas en fogones sabían a gloria y bañarse en un lago helado si no había duchas no importaba. Conocí de ese modo lugares soñados. Unos campings estaban más equipados que otros que ni baños tenían. Otras veces, una letrina era un lujo.
Hoy necesito una cama al menos digna. El agua caliente, suma. La mochila enorme sigue acompañándome por practicidad, más que nada. Pero sigue intacta la vocación, la necesidad de paisajes que amplíen horizontes y den aire.
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