suman los sonidos desde varios lugares: de la Sauce, de la Cava, de San Cayetano, de la Uruguay. El año se va en diseñar trajes, coser lentejuelas, reunir dinero para lo necesario, reclutar nuevos integrantes.
Con las temperaturas más cálidas comienzan los ensayos, aislados al principio, desbocados en este tiempo. En muchas partes de Buenos Aires florecen.
Nunca me agradaron las murgas. En parte por el ruido tan fuerte de la percusión, en parte por el brillo exagerado que se busca. Sin embargo, debo reconocer, que me impresiona el trance que se apodera de quienes tocan, de quienes bailan. La sincronía, la exhibición sin pudores, el ser parte de un todo coherente, coordinado. La posibilidad de ser reconocidos por las miradas ajenas que tantas otras veces, desprecian. El poder cantar sin vueltas, decirse sin intermediarios, mostrarse orgullosos: la travesti se sabe bella, el enano del barrio no es blanco de burlas, los cuerpos jóvenes y viejos conviven.
Reina el rey Momo.
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