Los dos días que pasamos en Entre Ríos, además de calurosos, tuvieron algunos momentos atesorables.
Uno que guardo: noche cerrada, sin luna, un cielo que no daba más de estrellas.
Nos tiramos panza arriba con Pipe y Manuel -4 y 6-.
Primero, la consigna fue escuchar los animales: teros, grillos, vacas, alguna oveja, ranas, unos pájaros que no sabíamos qué eran... De pronto aparecieron luciérnagas. Hace años que no se ven por Buenos Aires. Creo que Pipe no las conocía.
Luego, miramos las estrellas: las Tres Marías, el mango de la sartén (Manu me lo enseñó, es parte de Orión, creo-, la Cruz del Sur, algunos satélites.
No habrán sido más de diez minutos. La oscuridad nos dio miedo -no diré a quién, a todos-.
Sin embargo, esos minutos rozan la belleza de lo eterno.
28 de enero de 2014
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