Un día de invierno precioso. Solcito, poco frío. Compramos unas flores que no pudimos dejarle a la operada -política del sanatorio-. Miramos casonas con puertas canceles, zaguanes, balcones, molduras. Se paraba a ver ropa de bebés "porque es lindísima"; botas, que "me encantan, pero ya no puedo usar".
Como el equilibrio le falla un poco, íbamos del brazo. Cuando la escuchaba arrastrar los pies, la cargaba inventando algún paso en el que había que levantar las rodillas. Se reía y se enojaba.
Volvíamos y yo me bajaba antes que ella. Le digo:
-Llamáme cuando llegues, así me quedo tranquilo.
Soy ella.
4 comentarios:
más tarde o más temprano, nos descubrimos siendo nuestros padres, o al menos teniendo miles de sus gestos y hábitos... Y aunque hagamos nuestro mayor esfuerzo por diferenciarnos, es inevitable!
A veces me descubro gozosamente; otras menos... Esta vez fue de las primeras.
¡Gracias por pasar y espiar!
Me gusta leerte.
Kanene, es una caricia tu comentario. Gracias, muchas gracias.
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