Un ritual de la época de calorcito es ir a casa de Juan y Patu -y sus tres niños-. Tomar algo, compartir mesa, compartir palabras...
En un momento se me ocurrió preguntarles a los chicos, que tienen entre 6 y 8, cuál era el dibujo que más les gustaba: la respuesta duró cerca de 15 minutos, una narración coral sobre un animé: avatares, señores de los elementos, luchas y paces. Lo notable era la precisión en nombres -japoneses, raros-, alianzas, hechos. Casi como verlo con ellos.
Estos niños tienen una imaginación desbordada, contagiosa. Aparecen los domingos con alguna capa, dos palos, un antifaz, y un par de cosas más, inventan mil juegos y con mucha seriedad te cuentan de qué se trata, si es que querés oirlos. Tienen el arte de crear.
Patu pinta, Juan escribe: los chicos, sin pincel ni papel, también. Qué bueno.
10 de diciembre de 2010
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