Capaz que sea yo el excesivamente conservador, pero aún me cuesta no mirar con cierta mezcla de pena y/o lástima a personas como la chica que comentaba en el post de ayer. Cuando hay tanta cosa gritando junta, ¿qué silencio esconde?. Ojo, lo pienso tanto de ella como de los ridículos y pomposos trajes de algunos eclesiásticos.
Y es lógico -y honesto, además- admitir que algunas cáscaras nos cuestan más que otras. La del monseñor y la del gótico/vamp/trash. Sin poner categorías morales, sin decir está bien o mal.
Decir que me da lo mismo cualquier estética, envase, lo que fuere, sería como decir que no distingo entre un elefante y un canario, ponele.
La cuestión es si el envase y el contenido coinciden: si los perifolios del monseñor se repiten en su manera de ser, paso. Si la gótica es oscurísima en los adentros, también.
15 de enero de 2013
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