No hace falta ser Freud para darnos cuenta que son los cercanos quienes más influyen en nosotros, para bien o mal.
Las alegrías grandes, las penas mayores, los dolores o heridas más hondos, nos los suelen causar aquellos que más queremos. No siempre los causan queriendo, intencionalmente; muchas lo hacen sin siquiera notarlo.
Lo mismo hacemos nosotros con ellos, claro.
Me está costando y mucho, estos tiempos, asistir a la vejez de mis padres sin enojos ni culpas. Cuesta un poco. Bastante, bah.
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1 comentario:
Me pasó. Por un lado sentía que tenía razón y por el otro mucha culpa.
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