A pesar que podría haber dormido un rato más y a pesar también del sueño que tenía anoche, 6,15 de la mañana ya estaba despierto, sin miras a un segundo rato de sueño. Puse la ropa a lavar, preparé café para sentarme a escribir, luego ordenaré la cocina y un poco la casa. La semana santa pasó como vendaval.
Celebro poder vivir con otros estas cosas, poder sentirme y saberme parte de una tribu, pequeña, imperfecta, pero mía, nuestra. Celebro los encuentros que se dieron y se dan, los gestos de cuidado y ocupación, la alegría de estar juntos, el creer y esperar junto a otros.
Hay trabajo, sin duda, pero hay fiesta. Fiesta que no es imposición, sino obligación de las entrañas que necesitan decir, celebrar, poner un signo que algo grande pasa y nos pasa. Fiesta porque hay vida, y hay Viviente. Porque hay viernes y hay madrugada de domingo. Porque unos con otros, unos para otros, vamos siendo testigos. Y está bueno.
5 de abril de 2010
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